Trayecto: Caimital - Playa Buenavista (refugio ASVO)
Distancia recorrida: 32 km
Tiempo circulando: 3:05horas
Velocidad media: 14 km/h
Tiempo: Sol y poco más
Que rico eso de levantarme con sol y al lado de una piscina... en la tienda de campaña y sin nadie alrededor. Se respiraba tranquilidad hasta que el motor de una cortadora de césped me interrumpió mi meditación que llevaba a cabo con la somnolencia del amanecer al despertar. .
Ya bien despierto recogí las cosas y, cuando estaba a punto de partir, me di cuenta de que la rueda delantera estaba pinchada, con lo que me puse manos a la obra para arreglar la avería mientras en el bar, sin decir nada, me preparaban una hamburguesa de salchichas con tortilla. También el vecino, al verme, comenzó a preguntarme por toda mi epopeya. Me quiso ofrecer un fresco, que es una limonada típica y que también me iba genial para arreglar el pinchazo y seguir con buen pedal. Me despedí agradeciéndoles todo lo que en ese bar me habían aportado sin pedir nada a cambio.
Subida fuerte entre mala carretera aunque con pocos coches incordiando y pocos kilómetros sufriendo. Ese fue el trayecto para llegar a mi primera meta: Samara. A partir de ahí debía dirigirme al río Buenavista a 2 kilómetros al norte y... atención al dato, traspasar el rio de casi 50 metros de ancho que, aunque había marea baja, la corriente y las piedras resbaladizas hacían de él todo un desafío para mí y mi bicicleta. También el rio era famoso por los cocodrilos que decían había en sus aguas, añadiendo un plus de incertidumbre a mi pequeña aventura.
Mi primer intento fue un desastre porque sin zapatillas resbalaban un montón, las piedras donde pisaba eran una pista de hielo y no podía equilibrarme por culpa la corriente, por lo tanto no podía garantizar no caer las alforjas que, pasando una a una, debía conseguir.
Mi segundo intento ya fue con la ayuda de dos voluntarias del refugio que ASVO tenía montado en la siguiente playa. Alida y Luz al otro lado recibieron las alforjas, una a una y muy despacio, al final pude pasar hasta el otro lado con éxito y sin sufrir que se mojara, nada más que mis pantalones y las zapatillas, que necesité para traspasarlo y así no resbalar.
Ya en la hermosa playa Buenavista con marea baja y espejos formándose en la orilla a causa del agua que se quedaba estancada, acabé de hacer el esfuerzo, entre arena de playa, hasta el campamento-refugio de voluntarios ASVO para ayudar a salvar las tortugas.
La playa era semi-virgen y de los 5 kilómetros de extensión sólo se percibía el centro, sin nada más que palmeras alrededor nuestro campamento. Sin electricidad, y sin ningún lujo más que la naturaleza que lo rodeaba y frente el mar pasaría dos semanas. Menuda tragedia. ¿Verdad?
En mis primeras horas allí conocí a dos catalanes: Santi y Paloma, que me explicaron el funcionamiento del lugar. Él era biólogo y había trabajado como voluntario en otros tortugueros de México y, aunque sólo llevaban un solo día, me supieron informar, de absolutamente todo, del funcionamiento del campamento y de la tarea a realizar con las hermosas e interesantes tortugas. .
Después nos dieron de comer spaquetis con ensalada y me duché quedándome como nuevo para conocer el lugar donde pasaría en mis siguientes dos semanas.
Una playa paradisíaca, llena de cocos. Las tortugas frecuentaban a menudo el lugar al anochecer poniendo sus huevos. Es más... ya en mi primera noche puede vivir, en primera persona, como una tortuga enorme hacia su ritual de poner huevos en la arena. Fue alucinante y muy emotivo.
La metodología a seguir en estos casos era sencilla: esperar a que la tortuga pusiera los huevos y después detectar el nido que hacen a 45 cm bajo tierra, sacar los huevos con guantes, de manera cuidadosa, sintiendo el tacto suave, como de papel, de los 98 huevos que puso esa tortuga. Increíble! Después se llevaba al criadero artificial situados al frente de la cabaña principal y se ponían, haciendo la misma forma de cantina, debajo de la tierra que tenía el nido original.
Con toda esa experiencia y el conocimiento adquirido, gracias a Santi, aún me quedaba espacio para una más... una cría de tortuga acababa de nacer. Sentí sus piececitos revolotear en mi mano para luego dejarla a su suerte, soltándola en el mar. Posiblemente no iba a sobrevivir ya que de 100 crías de tortuga sólo sobrevive una; pero, aún así, me emocioné pensando que una vida estaba a punto de empezar en el mar y yo había ayudado a conseguirlo siendo partícipe de su nacimiento!
Etiqueta: La vuelta al mundo
28 / 11 / 15